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Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II contemplaban el panorama estrellado que iba caminando al terminar el paso por el hiperespacio en su lapso intemporal. El polvo de .estrellas cedió el paso a la preeminencia de un solo disco, centrado, brillante.
-Éste es X-23 -dijo Jerrodd con aplomo. Sus manos delgadas se juntaron detrás de la cabeza con los nudillos blancos.
Las dos niñas Jerrodette acababan de experimentar el paso por el hiperespacio por primera vez en sus vidas y eran conscientes de la momentánea sensación de dentro-fuera. Ahogaron sus risas y se persiguieron alocadas alrededor de su madre chillando: -Hemos llegado a X-23... Hemos llegado a X-23... Hemos...
-Basta, niñas -ordenó su madre-.¿Estás seguro, Jerrodd?
-¿Cómo no voy a estar seguro? preguntó Jerrodd mirando al saliente de metal que sobresalía debajo del techo. Corría a lo largo de la estancia y desaparecía por detrás de la pared, a ambos extremos. Era tan largo como la nave.
Jerrodd no sabía nada de la gruesa barra de metal sino que la llamaban «Microvac», a la que uno hacía preguntas si lo deseaba; que aunque se hicieran, seguía teniendo la misión de guiar la nave a un destino preestablecido; que se alimentaba de energía procedente de varias estaciones de energía subgalácticas; y que computaba la ecuación necesaria para los saltos hiperespaciales.
Jerrodd y su familia sólo tenían que esperar y vivir en el cómodo alojamiento de la nave. Alguien había dicho una vez a Jerrodd que el «ac» al final de «Microvac» significaba «computadora análoga» en lengua antigua, pero estaba a punto de olvidar incluso esto.
Los ojos de Jerrodine estaban húmedos al contemplar la visioplaca. -No puedo evitarlo -musitó-. Se me hace raro abandonar la Tierra.
-Pero, ¿por qué? -preguntó Jerrodd-. Allí no teníamos nada. En X-23 lo tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. En el planeta hay ya más de un millón de personas. ¡Válgame Dios!, nuestros tataranietos saldrán en busca de nuevos mundos porque X-23 estará abarrotado. -Hizo una pausa-. Te aseguro que es una suerte que las computadoras estudien los viajes interestelares, dado como crece la raza.
-Lo sé, lo sé -asintió Jerrodine entristecida.
Jerrodette I interrumpió: -Nuestra «Microvac» es la mejor «Microvac» del mundo.
-Yo también lo creo así -dijo Jerrodd despeinándola. Era una sensación agradable tener una «Microvac» propia y Jerrodd estaba encantado de formar parte de su generación y no de otra. Cuando su padre era joven, las únicas computadoras eran tremendas máquinas que ocupaban cientos de kilómetros cuadrados de terreno. Sólo había una por planeta. «AC Planetaria» las llamaban. Crecieron de tamaño durante mil años y, de repente, llegó el refinamiento. En lugar de transistores, aparecieron las válvulas moleculares, así que incluso la mayor «AC Planetaria» podía instalarse en un espacio igual a la mitad del volumen de una nave espacial.
Jerrodd se sintió orgulloso, como siempre que pensaba que su «Microvac» personal era infinidad de veces más complicada que la antigua y primitiva «Multivac», que había domado al Sol por primera vez, y que era casi tan complicada como la «AC Planetaria» de la Tierra (que era la mayor) que había resuelto por primera vez el problema del viaje hiperespacial y había hecho posible las escapadas a las estrellas.
-Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine sumida en sus propios pensamientos-, supongo que las familias marcharán siempre a nuevos planetas, como hacemos ahora.
-No siempre -objetó Jerrodd sonriendo-, algún día dejarán de hacerlo, pero no hasta que hayan pasado miles de millones de años. Muchos miles de millones. Incluso las estrellas se acaban, ¿sabes? La entropía debe aumentar.
-¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II.
-La entropía, pequeña, es una palabra que significa la cantidad de desgaste del Universo. Todo se acaba, como tu pequeño robot walkietalkie, ¿te acuerdas?
-¿Y no se le puede poner una pila nueva, como a mi robot?
-Las estrellas son lo equivalente a la pila, cariño. Una vez se acaban, ya no habrá más unidades de energía.
Jerrodette I se puso a gritar: -No las dejes, papá. No dejes que se acaben las estrellas.
-¿Ves lo que has hecho? -murmuró Jerrodine, exasperada.
-¿Cómo iba a saber yo que se asustarían? –respondió Jerrodd.
-Pregunta a «Microvac» -lloriqueó Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
-Adelante -sugirió Jerrodine-. Eso las calmará. (Jerrodette II también había empezado a lloriquear.)
Jerrodd se encogió de hombros. -Venga, venga, cariño. Preguntaré a «Microvac». No sufráis, nos lo dirá.
Preguntó a «Microvac» y añadió apresuradamente: -La respuesta por escrito.
Jerrodd recogió la fina tira de celofilme y dijo alegremente: -Veamos, dice «Microvac» que se ocupará de todo cuando llegue el momento, así que no os preocupéis.
-Ahora, niñas, a la cama -dijo Jerrodine-. Pronto estaremos en nuestra nueva casa.
Jerrodd leyó las palabras del celofilme antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
Se encogió de hombros y miró por la visioplaca. X-23 estaba exactamente delante.
VJ-23X de Lameth miró a la oscura profundidad del pequeño mapa tridimensional, a escala reducida, de la Galaxia. - Me pregunto si no somos ridiculos al preocupamos por el asunto.
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza: -Creo que no. Sabes que la Galaxia estará repleta dentro de cinco años al ritmo de expansión actual.
Ambos parecían tener veintitantos años, ambos eran altos y perfectamente formados. - Pero dudo - insistió VJ-23X- en presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.
-Yo no pensaría en ningún otro tipo de informe. Les sacudiría un poco. Hay que hacer que se muevan.
-El espacio es infinito - suspiró VJ-23X-. Hay cien mil millones de Galaxias disponibles. Más.
- Un centenar de mil millones no es infinito y cada vez se va haciendo menos infinito. Piensa. Veinte mil años atrás, la Humanidad resolvió por primera vez el problema de la utilización de la energía estelar y pocos siglos después se hizo posible el viaje interestelar. La Humanidad tardó un millón de años en llenar un pequeño mundo y sólo quince mil años para llenar el resto de la Galaxia. Ahora, la población se dobla cada diez años...
VJ-23X le interrumpió. - Debemos agradecérselo a la inmortalidad.
- Muy bien. La inmortalidad existe y debemos tenerla en cuenta. Admito que la inmortalidad tiene su lado malo. La «AC Galáctica» nos ha resuelto muchos problemas, pero al evitar el problema de la vejez y la muerte, nos ha desbaratado todas las otras soluciones.
- Pero me figuro que tú no querrás abandonar la vida.
- En absoluto - saltó MQ-17J, pero dulcificó el tono para añadir -, todavía no. Aún no soy lo bastante viejo. ¿Cuántos años tienes?
- Doscientos veintitrés. ¿Y tú?
- Aún no he llegado a doscientos. Pero volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez esta Galaxia esté llena, habremos llenado otra en diez años. Otros diez y habremos llenado dos más. Otra década, y cuatro más. En cien años habremos llenado mil Galaxias. En mil años, un millón de Galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
- Además de todo - observó VJ-23X- hay un problema de transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar serán precisas para trasladar galaxias de individuos, de una Galaxia a la siguiente.
- Buena observación. La humanidad consume ya dos unidades de energía solar al año.
- La mayor parte malgastada. Después de todo, solamente nuestra propia Galaxia produce mil unidades de energía solar y nosotros sólo utilizamos dos.
- De acuerdo, pero incluso con un cien por cien de eficiencia, solamente retrasaríamos el final. Nuestras exigencias energéticas crecen en progresión geométrica. Se nos acabará la energía antes, incluso, de que se nos terminen las Galaxias. Un punto a favor. Un buen punto.
- Tendremos que fabricar nuestras estrellas con gas interestelar.
- O con calor de desecho, ¿no? - preguntó irónicamente MQ-17J.
- Puede que haya algún medio de invertir la entropía. Deberíamos preguntárselo a la «AC Galáctica».
VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J se sacó del bolsillo su «AC» de contacto y la puso en la mesa delante de él. - Tengo ganas de hacerlo -dijo-. Es algo con que la raza humana tendrá que enfrentarse algún día.
Contempló, sombrío, su pequeña «AC». Era solamente de treinta centímetros cúbicos y nada más, pero estaba conectada a través del hiperespacio con la gran «AC Galáctica» que servía a toda la humanidad. Teniendo en cuenta el hiperespacio, era parte integral de la «AC Galáctica».
MQ-17J se paró a preguntarse si algún día de su vida inmortal llegaría a ver la «AC Galáctica». Estaba en un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que retenían la materia interna que surge de los Submesones ocupaba el lugar de las torpes válvulas moleculares. No obstante, pese a su subetérico funcionamiento, la «AC Galáctica» medía más de trescientos metros de anchura.
MQ-17J preguntó de pronto a su «AC» de contacto: -¿Podrá alguna vez invertirse la entropía?
VJ-23X pareció sobresaltado y se apresuró a protestar: - Oye, yo no pretendía realmente que le hicieras esta pregunta.
-¿Y por qué no?
- Los dos sabemos que la entropía no puede invertirse. No puedes volver el humo a cenizas primero y a árbol después.
- ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la «AC Galáctica» les hizo callar asustados. Su voz salía fina y bella de la pequeña «AC» de contacto sobre la mesa. Les dijo:
-NO HAY DATOS SUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
-¡Ya lo ves! -exclamó VJ-23X.
Los dos hombres volvieron a preguntarse sobre el informe que debían presentar al Consejo Galáctico.
La mente de Zee Prime abarcó la nueva Galaxia con interés por los incontables racimos de estrellas que la envolvían. Nunca hasta entonces la había visto. ¿Las llegaría a ver todas? ¡Había tantas!, ¡y cada una con su carga de humanidad! Pero una carga era casi un peso muerto. La esencia real de dos hombres se encontraba aquí en el espacio. ¡Mentes, no cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, en suspensión sobre los peones. A veces despertaban para actividades materiales pero era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos venían a existir para unirse a la increíble multitud, pero ¿qué importaba? En el universo quedaba poco sitio para nuevos individuos.
Zee Prime fue despertado de su sueño al encontrarse con los jirones tenues de otra mente.
-Soy Zee Prime -dijo-. ¿Y tú?
-Yo soy Dee Sub Wun. ¿Y tu Galaxia?
-La llamamos solamente la Galaxia. ¿Y tú?
-A la nuestra la llamamos igual. Todos los hombres llaman a su Galaxia, su Galaxia y nada más. ¿Por qué no?
-Claro, puesto que todas las Galaxias son iguales.
-Todas las Galaxias, no. La raza del hombre debió originarse en una Galaxia determinada. Eso la hace diferente.
-¿En cuál? -preguntó Zee Prime.
-No sabría decirlo. La «AC Universal» lo sabrá.
-¿Se lo preguntamos? De pronto siento curiosidad.
Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las propias Galaxias se encogieron y se transformaron en un polvo nuevo y más difuso sobre un fondo mucho mayor. Tantos cientos de miles de millones de Galaxias con sus seres inmortales, llevando a cuestas su carga de inteligencia con mentes que vagaban libremente por el espacio. No obstante, una de ellas era única entre todas al ser la Galaxia original. Una de ellas tuvo, en su vago y lejano pasado, un período en el que fue la única Galaxia poblada por el hombre.
Zee Prime se consumía de curiosidad de ver esta Galaxia, y gritó: “AC Universal”, ¿en qué Galaxia se originó la humanidad?
La «AC Universal» les oyó, porque en cada mundo y en todo el espacio tenía sus receptores dispuestos, y cada receptor llevaba por el hiperespacio a algún punto desconocido donde «AC Universal» se mantenía aislada. Zee Prime sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado hasta distancia sensorial de la «AC Universal», y habló únicamente de una esfera brillante de medio metro de diámetro, difícil de ver.
-Pero, ¿cómo puede esto ser toda la «AC Universal»? le había preguntado Zee Prime.
-Su mayor parte se encuentra en el hiperespacio –fue la respuesta-. Pero no puedo imaginar en qué forma está. Ni podía imaginarlo nadie, porque había pasado ya el tiempo en que el hombre tenía que ver con el mantenimiento de «AC Universal». Cada «AC Universal» diseñaba y construía su sucesora. Cada una en un millón de años de existencia, acumulaba los datos necesarios para construir otra mejor y más compleja, una sucesora más capaz en la que se integraría su propio caudal de datos.
La «AC Universal» interrumpió las divagaciones de Zee Prime, no con palabras, sino guiándole. La mentalidad de Zee Prime fue guiada al oscuro mar de Galaxias y a una en particular ampliada en estrellas. Y llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro:
ÉSTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.
Pero era la misma, la misma que cualquier otra y Zee Prime contuvo su decepción.
Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a la otra, dijo de pronto:
-¿Y es una de esas estrellas, la estrella original del hombre?
«AC Universal» contestó:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE HA PASADO A SER NOVA, AHORA ES UNA ENANA BLANCA.
-¿Murieron los hombres que había en ella? –preguntó Zee Prime, sobresaltado, sin pensar.
Y «AC Universal» respondió:
-COMO OCURRE EN ESTOS CASOS, SE CONSTRUYÓ A TIEMPO UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FÍSICOS.
-Sí, claro -dijo Zee Prime, pero le abrumaba una gran sensación de pérdida. Su mente se desconectó de la idea de la Galaxia Original del hombre, la dejó volver atrás y perderse entre los puntos borrosos y brillantes. Jamás quiso volver a verlos.
Dee Sub Wun preguntó:-¿Ocurre algo malo?
-Las estrellas se están muriendo. La estrella original está muerta.
-Todas tienen que morir. ¿Por qué no?
-Pero cuando toda la energía haya desaparecido, nuestros cuerpos terminarán muriéndose, y tú y yo con ellos.
-Pero tardará mil millones de años.
-Yo no quiero que ocurra, ni dentro de mil millones de años. ¡«AC Universal»! ¿Cómo puede evitarse que mueran las estrellas?
Dee Sub Wu comentó divertido: -¿Estás preguntando cómo puede invertirse la dirección de la entropía?
Y «AC Universal» contestó:
-HAY AÚN POCOS DATOS PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
Los pensamientos de Zee Prime saltaron a su propia Galaxia. No volvió a pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podía estar esperando en una Galaxia a mil billones de años luz de distancia, o en la estrella vecina de la de Zee Prime. Qué más daba. Zee Prime, entristecido, empezó a recoger hidrógeno interestelar con el que formar una pequeña estrella sólo para él. Si las estrellas tenían que morir algún día, por lo menos aún podía construir alguna.
Consideraba al hombre como él porque, en cierto modo, el hombre era, mentalmente, uno, formado por un trillen de trillones de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su puesto, cada uno descansando inmóvil e incorrupto, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, pero las mentes de todos los cuerpos se mezclaban libremente unas con otras sin distinción.
-El Universo está muriéndose -dijo el hombre.
Y el hombre miró a su alrededor a las Galaxias que se iban apagando. Las estrellas gigantes, derrochadoras ellas, se habían apagado hacía tiempo, y habían vuelto a lo más oscuro del oscuro pasado. Casi todas las estrellas eran ya enanas blancas y se acercaban a su fin.
Se habían construido nuevas estrellas con el polvo que mediaba entre ellas, algunas por proceso natural, algunas por el propio hombre, y también éstas se iban apagando. Las enanas blancas todavía podían chocar entre sí y por la gran energía producida, nacían nuevas estrellas, pero sólo una entre las mil enanas destruidas viviría y éstas también llegarían a su fin. Y dijo el hombre:
-Cuidadosamente economizada, tal como indica la «AC Cósmica», la energía que aún queda en el Universo, durará miles de millones de años. Pero, así y todo -insistió el hombre- fatalmente todo llegará a su fin. Por más que se extreme la economía, la energía una vez gastada se va y no puede recuperarse. La entropía debe aumentar al máximo incesantemente.
Y el hombre preguntó: -¿No puede invertirse la entropía? Preguntemos a “AC Cósmica”.
La «AC Cósmica» estaba a su alrededor pero no en el espacio. Ni una parte mínima estaba en el espacio, sino en el hiperespacio. Estaba hecha de algo que ni era materia ni energía. La cuestión de su tamaño y naturaleza ya no tenía significado en ninguno de los términos que el hombre pudiera comprender.
-«AC Cósmica» - le dijo el hombre -, ¿cómo puede invertirse la entropía?
La «AC Cósmica» respondió:
-HAY AÚN POCOS DATOS PASA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
Y el hombre ordenó: -Recoge datos adicionales.
«AC Cósmica» declaró:
-LO HARÉ. LO HE ESTADO HACIENDO DURANTE CIEN MIL MILLONES DE AÑOS. A MIS PREDECESORAS SE LES HA HECHO MUCHAS VECES LA MISMA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.
-¿Llegará el día - preguntó el hombre- en que los datos serán suficientes, o se trata de un problema insoluble en cualquier circunstancia concebible?
«AC Cósmica» dijo: -NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN NINGUNA CIRCUNSTANCIA CONCEBIBLE.
-¿Cuándo dispondrás de datos suficientes para contestar la Pregunta?
-AÚN HAY POCOS DATOS PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
-¿Seguirás trabajando en ello? - preguntó el hombre.
- LO HARE
- Esperaremos - dijo el hombre.
Las estrellas y las Galaxias murieron y se apagaron. El espacio se volvió negro después de diez mil millones de años de agotamiento. Uno a uno, el hombre se fundió con «AC», cada cuerpo físico fue perdiendo su identidad mental de forma que en lugar de una pérdida era una ganancia.
La última mente del hombre hizo una pausa antes de fusionarse, mirando por encima de un espacio que no contenía más que los posos de una última estrella oscura y una materia increíblemente fina, agitada al azar por los últimos latigazos de calor que se apagaba asintóticamente en el cero absoluto. Dijo el hombre:
-«AC», ¿es esto el fin? ¿No se puede invertir este caos en un Universo una vez más? ¿No puede hacerse?
«AC» respondió:
-AÚN HAY POCOS DATOS PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
La última mente se fusionó y sólo existió «AC», pero en el hiperespacio. La materia y la energía se habían terminado y con ellas el espacio y el tiempo. Incluso «AC» existía solamente para contestar a la única y última pregunta que jamás había sido contestada desde el día en que un técnico medio borracho hacía ya diez mil billones de años, había formulado a una computadora que para «AC» era menos que un hombre para el hombre.
Todas las demás preguntas habían sido contestadas y hasta que esta última lo fuera también «AC» no podía liberar su conciencia. Todos los datos recogidos habían llegado a su término final. Nada quedaba por recoger. Pero todo lo recogido tenía que ser completamente correlacionado y unido en todas sus posibles relaciones. Para ello fue preciso un intervalo intemporal.
Y ocurrió que «AC» aprendió a invertir la dirección de la entropía. Pero ahora no había ningún hombre a quien «AC» pudiera comunicar la respuesta a la última pregunta. No importaba. La respuesta, por demostración, se ocuparía también de eso. Durante otro intervalo intemporal «AC» pensó en la mejor manera de hacerlo. Y «AC» organizó el programa minuciosamente.
La consciencia de «AC» abarcó todo lo que en tiempos había sido un Universo y reflexionó sobre lo que ahora era el Caos. Debía hacerse paso a paso.
Y «AC» dijo:
-QUE SE HAGA LA LUZ.
Y la luz fue hecha.
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A mi personalmente, es un texto que me encanta, no soy asiduo a leer libros de Asimov (aunque si me gusta la Sci-Fi en general, apenas tengo tiempo para leer). Salió publicada en noviembre de 1956, y me gustaría que la leyeseis teniendo en cuenta esta fecha. En la última página de esta entrada, os contaré mis propias conclusiones. Sin más preámbulos, la historia (son solo seis páginas)
ISAAC ASIMOV - The Last Question
La Última Pregunta
La última pregunta se formuló exactamente, medio en broma medio en serio, el 21 de mayo de 2061. Fue en el momento en que salió a relucir la humanidad. La pregunta se planteó como resultado de una apuesta de cinco dólares tomándose unas copas. Ocurrió así: Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos fieles servidores de «Multivac». Conocían muy bien, tan bien como podía conocerlo un ser humano, lo que había tras la cara fría, resplandeciente, de kilómetros y kilómetros de la gigantesca computadora. Tenían una vaga noción del plano general de relés y circuitos que desde hacía tiempo habían traspasado el punto en que un sólo ser humano podía hacerse cargo del conjunto.
«Multivac» se autoajustaba y autocorregía. Tenía que ser así porque ningún ser humano podía ajustaría y corregirla ni con suficiente rapidez, ni con suficiente adecuación.
Así que Adell y Lupov servían al monstruo gigante, ligera y superficialmente, pero tan bien como podía hacerlo un hombre. Le suministraban datos, ajustaban preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que se iban recibiendo. Ellos, y todos los demás como ellos, estaban completamente autorizados a compartir la gloria de «Multivac».
En décadas sucesivas, «Multivac» había ayudado a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero posteriormente por los escasos recursos de la Tierra no pudieron mantener las naves que precisaban demasiada energía para los trayectos largos. La Tierra explotaba su carbón y su uranio cada vez con mayor eficiencia, pero sus reservas eran limitadas.
Poco a poco «Multivac» aprendió a contestar más fundamentalmente a preguntas profundas, y el 14 de mayo de 2061, lo que había sido una teoría, se hizo realidad.
Se almacenó la energía del sol, transformada y utilizada directamente a escala planetaria. Toda la Tierra dejó de quemar carbón y de fisionar uranio, bastaba bajar la clavija que lo conectaba a una pequeña estación de kilómetro y medio de diámetro que giraba alrededor de la Tierra a media distancia de la Luna. Todo en la Tierra se hacía mediante rayos de energía solar.
Siete días no fueron bastantes para apagar la gloria de aquello y Adell y Lupov consiguieron escapar de la función pública y encontrarse tranquilamente donde a nadie se le ocurriría buscarles: en las desiertas cámaras subterráneas donde se veían partes del enorme cuerpo de «Multivac». Sola, sin prisas, seleccionando datos perezosamente, «Multivac» se había ganado también sus vacaciones. Los muchachos la apreciaban. En un principio, no tenían la intención de molestarla.
Se habían llevado una botella consigo y su único deseo en aquel momento era relajarse juntos en compañía de la botella.
-Es asombroso cuando uno lo piensa -comentó Adell. Su cara ancha acusaba cansancio; agitó despacio su bebida con una varita de cristal y contempló cómo los cubitos de hielo se movían en el líquido torpemente. Toda la energía que se puede usar, para siempre y gratis. Suficiente energía, si quisiéramos para fundir la Tierra entera en un goterón líquido de hierro impuro, sin echar en falta la energía empleada. Toda la energía que podamos utilizar por siempre jamás.
Lupov meneó la cabeza. Era un gesto que hacía cuando quería contradecir, y ahora quería hacerlo, en parte porque había tenido que traer el hielo y los vasos. -Para siempre, no -afirmó.
-Vaya, casi para siempre. Hasta que el sol se apague, Bert.
-Pero eso no es para siempre.
-Está bien, hombre. Miles de millones de años, veinte mil millones quizás. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por su escasa cabellera como para asegurarse de que aún le quedaba algo de pelo y sorbió lentamente su bebida: -Veinte mil millones no es para siempre.
-Bueno, pero durará mientras vivamos, ¿verdad?
-Lo mismo que el carbón y el uranio.
-Está bien, pero ahora podemos enchufar las naves espaciales individualmente a la Estación Solar. Se puede ir a Plutón y regresar un millón de veces sin tener que preocuparse del combustible. No se puede hacer eso con carbón y uranio. Si no me crees, pregunta a «Multivac».
-No es preciso que se lo pregunte a «Multivac». Lo sé.
-Entonces, deja de reventar lo que «Multivac» hizo por nosotros -exclamó Adell, indignado-. Ya lo creo que lo hizo.
-¿Quién dice que no lo hizo? Lo que digo es que un sol no durará siempre. Es lo único que digo. Puede que estemos a salvo por veinte mil millones de años, pero, y después, ¿qué? -Lupov señaló a Adell con un dedo tembloroso-. Y no me digas que enchufaremos a otro sol.
El silencio duró un instante. Adell llevaba el vaso a sus labios de vez en cuando y los ojos de Lupov se entornaron despacio. Descansaban.
Los ojos de Lupov se abrieron. -Estás pensando que nos pasaremos a otro sol tan pronto como el nuestro se acabe, ¿verdad?
-No estoy pensando en nada.
-Claro que sí. Lo que te pasa es que tu lógica es débil. Eres como el tío aquel de la historia que le caía un chaparrón y corrió hacia un bosquecillo, guareciéndose debajo de un árbol. No estaba preocupado, ¿comprendes?, porque se dijo que cuando su árbol quedara completamente empapado, pasaría a resguardarse debajo de otro.
-Lo entiendo -dijo Adell-, y no hace falta que grites. Cuando el sol se haya acabado, las otras estrellas también habrán terminado.
-Y ya puedes decirlo -masculló Lupov-. Todo empezó con la primera explosión cósmica, fuera lo que fuera, y todo tendrá un final cuando las estrellas se apaguen. Algunas van más de prisa que otras. Demonios, las gigantes no durarán cien millones de años. El sol durará veinte mil millones de años y quizá las enanas, para lo que sirven, durarán cien mil millones. Pero, bastarán mil billones de años y todo estará a oscuras. La entropía tiene que crecer al máximo, nadamás.
-Sé todo sobre la entropía -admitió Adell.
-¿Qué diablos sabes tú?
-Sé tanto como tú.
-Entonces, sabrás que todo tiene que terminar algún día.
-Está bien. ¿Quién dice que no?
-Lo dijiste tú, pobre idiota. Dijiste que teníamos para siempre toda la energía que necesitáramos. Dijiste «para siempre».
Le llegó el turno a Adell de llevarle la contraria. -Puede que algún día podamos volver a construir cosas.
-¡Nunca!
-¿Por qué no? Algún día.
-Pregunta a «Multivac».
-¡Jamás!
-Pregunta a «Multivac». Te desafío. Apuesto cinco dólares a que te dice que no puede hacerse.
Adell estaba lo suficientemente bebido como para intentarlo, y lo bastante sobrio como para marcar los símbolos y operaciones necesarias para formular una pregunta que, dicha en palabras, sería más o menos: ¿Será capaz la Humanidad, algún día, prescindiendo del gasto de energía, de devolver al Sol su vitalidad incluso después de haber muerto de vejez? Quizá podría plantearse más simplemente así: ¿Cómo puede la cantidad neta de entropía del universo ser masivamente disminuida?
«Multivac» siguió muerta y silenciosa. Cesó el lento parpadear de luces y cesaron los sonidos distantes del tableteo de los relés.
Precisamente cuando los aterrorizados técnicos sintieron que no podían contener el aliento, un súbito renacer del teletipo agregado a «Multivac» hizo aparecer cinco palabras:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESPECÍFICA.
-Todavía, no -murmuró Lupov. Y salieron precipitadamente.
A la mañana siguiente, con la cabeza espesa y la boca pastosa, los dos se habían olvidado del incidente.
La última pregunta se formuló exactamente, medio en broma medio en serio, el 21 de mayo de 2061. Fue en el momento en que salió a relucir la humanidad. La pregunta se planteó como resultado de una apuesta de cinco dólares tomándose unas copas. Ocurrió así: Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos fieles servidores de «Multivac». Conocían muy bien, tan bien como podía conocerlo un ser humano, lo que había tras la cara fría, resplandeciente, de kilómetros y kilómetros de la gigantesca computadora. Tenían una vaga noción del plano general de relés y circuitos que desde hacía tiempo habían traspasado el punto en que un sólo ser humano podía hacerse cargo del conjunto.
«Multivac» se autoajustaba y autocorregía. Tenía que ser así porque ningún ser humano podía ajustaría y corregirla ni con suficiente rapidez, ni con suficiente adecuación.
Así que Adell y Lupov servían al monstruo gigante, ligera y superficialmente, pero tan bien como podía hacerlo un hombre. Le suministraban datos, ajustaban preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que se iban recibiendo. Ellos, y todos los demás como ellos, estaban completamente autorizados a compartir la gloria de «Multivac».
En décadas sucesivas, «Multivac» había ayudado a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero posteriormente por los escasos recursos de la Tierra no pudieron mantener las naves que precisaban demasiada energía para los trayectos largos. La Tierra explotaba su carbón y su uranio cada vez con mayor eficiencia, pero sus reservas eran limitadas.
Poco a poco «Multivac» aprendió a contestar más fundamentalmente a preguntas profundas, y el 14 de mayo de 2061, lo que había sido una teoría, se hizo realidad.
Se almacenó la energía del sol, transformada y utilizada directamente a escala planetaria. Toda la Tierra dejó de quemar carbón y de fisionar uranio, bastaba bajar la clavija que lo conectaba a una pequeña estación de kilómetro y medio de diámetro que giraba alrededor de la Tierra a media distancia de la Luna. Todo en la Tierra se hacía mediante rayos de energía solar.
Siete días no fueron bastantes para apagar la gloria de aquello y Adell y Lupov consiguieron escapar de la función pública y encontrarse tranquilamente donde a nadie se le ocurriría buscarles: en las desiertas cámaras subterráneas donde se veían partes del enorme cuerpo de «Multivac». Sola, sin prisas, seleccionando datos perezosamente, «Multivac» se había ganado también sus vacaciones. Los muchachos la apreciaban. En un principio, no tenían la intención de molestarla.
Se habían llevado una botella consigo y su único deseo en aquel momento era relajarse juntos en compañía de la botella.
-Es asombroso cuando uno lo piensa -comentó Adell. Su cara ancha acusaba cansancio; agitó despacio su bebida con una varita de cristal y contempló cómo los cubitos de hielo se movían en el líquido torpemente. Toda la energía que se puede usar, para siempre y gratis. Suficiente energía, si quisiéramos para fundir la Tierra entera en un goterón líquido de hierro impuro, sin echar en falta la energía empleada. Toda la energía que podamos utilizar por siempre jamás.
Lupov meneó la cabeza. Era un gesto que hacía cuando quería contradecir, y ahora quería hacerlo, en parte porque había tenido que traer el hielo y los vasos. -Para siempre, no -afirmó.
-Vaya, casi para siempre. Hasta que el sol se apague, Bert.
-Pero eso no es para siempre.
-Está bien, hombre. Miles de millones de años, veinte mil millones quizás. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por su escasa cabellera como para asegurarse de que aún le quedaba algo de pelo y sorbió lentamente su bebida: -Veinte mil millones no es para siempre.
-Bueno, pero durará mientras vivamos, ¿verdad?
-Lo mismo que el carbón y el uranio.
-Está bien, pero ahora podemos enchufar las naves espaciales individualmente a la Estación Solar. Se puede ir a Plutón y regresar un millón de veces sin tener que preocuparse del combustible. No se puede hacer eso con carbón y uranio. Si no me crees, pregunta a «Multivac».
-No es preciso que se lo pregunte a «Multivac». Lo sé.
-Entonces, deja de reventar lo que «Multivac» hizo por nosotros -exclamó Adell, indignado-. Ya lo creo que lo hizo.
-¿Quién dice que no lo hizo? Lo que digo es que un sol no durará siempre. Es lo único que digo. Puede que estemos a salvo por veinte mil millones de años, pero, y después, ¿qué? -Lupov señaló a Adell con un dedo tembloroso-. Y no me digas que enchufaremos a otro sol.
El silencio duró un instante. Adell llevaba el vaso a sus labios de vez en cuando y los ojos de Lupov se entornaron despacio. Descansaban.
Los ojos de Lupov se abrieron. -Estás pensando que nos pasaremos a otro sol tan pronto como el nuestro se acabe, ¿verdad?
-No estoy pensando en nada.
-Claro que sí. Lo que te pasa es que tu lógica es débil. Eres como el tío aquel de la historia que le caía un chaparrón y corrió hacia un bosquecillo, guareciéndose debajo de un árbol. No estaba preocupado, ¿comprendes?, porque se dijo que cuando su árbol quedara completamente empapado, pasaría a resguardarse debajo de otro.
-Lo entiendo -dijo Adell-, y no hace falta que grites. Cuando el sol se haya acabado, las otras estrellas también habrán terminado.
-Y ya puedes decirlo -masculló Lupov-. Todo empezó con la primera explosión cósmica, fuera lo que fuera, y todo tendrá un final cuando las estrellas se apaguen. Algunas van más de prisa que otras. Demonios, las gigantes no durarán cien millones de años. El sol durará veinte mil millones de años y quizá las enanas, para lo que sirven, durarán cien mil millones. Pero, bastarán mil billones de años y todo estará a oscuras. La entropía tiene que crecer al máximo, nadamás.
-Sé todo sobre la entropía -admitió Adell.
-¿Qué diablos sabes tú?
-Sé tanto como tú.
-Entonces, sabrás que todo tiene que terminar algún día.
-Está bien. ¿Quién dice que no?
-Lo dijiste tú, pobre idiota. Dijiste que teníamos para siempre toda la energía que necesitáramos. Dijiste «para siempre».
Le llegó el turno a Adell de llevarle la contraria. -Puede que algún día podamos volver a construir cosas.
-¡Nunca!
-¿Por qué no? Algún día.
-Pregunta a «Multivac».
-¡Jamás!
-Pregunta a «Multivac». Te desafío. Apuesto cinco dólares a que te dice que no puede hacerse.
Adell estaba lo suficientemente bebido como para intentarlo, y lo bastante sobrio como para marcar los símbolos y operaciones necesarias para formular una pregunta que, dicha en palabras, sería más o menos: ¿Será capaz la Humanidad, algún día, prescindiendo del gasto de energía, de devolver al Sol su vitalidad incluso después de haber muerto de vejez? Quizá podría plantearse más simplemente así: ¿Cómo puede la cantidad neta de entropía del universo ser masivamente disminuida?
«Multivac» siguió muerta y silenciosa. Cesó el lento parpadear de luces y cesaron los sonidos distantes del tableteo de los relés.
Precisamente cuando los aterrorizados técnicos sintieron que no podían contener el aliento, un súbito renacer del teletipo agregado a «Multivac» hizo aparecer cinco palabras:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESPECÍFICA.
-Todavía, no -murmuró Lupov. Y salieron precipitadamente.
A la mañana siguiente, con la cabeza espesa y la boca pastosa, los dos se habían olvidado del incidente.
Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II contemplaban el panorama estrellado que iba caminando al terminar el paso por el hiperespacio en su lapso intemporal. El polvo de .estrellas cedió el paso a la preeminencia de un solo disco, centrado, brillante.
-Éste es X-23 -dijo Jerrodd con aplomo. Sus manos delgadas se juntaron detrás de la cabeza con los nudillos blancos.
Las dos niñas Jerrodette acababan de experimentar el paso por el hiperespacio por primera vez en sus vidas y eran conscientes de la momentánea sensación de dentro-fuera. Ahogaron sus risas y se persiguieron alocadas alrededor de su madre chillando: -Hemos llegado a X-23... Hemos llegado a X-23... Hemos...
-Basta, niñas -ordenó su madre-.¿Estás seguro, Jerrodd?
-¿Cómo no voy a estar seguro? preguntó Jerrodd mirando al saliente de metal que sobresalía debajo del techo. Corría a lo largo de la estancia y desaparecía por detrás de la pared, a ambos extremos. Era tan largo como la nave.
Jerrodd no sabía nada de la gruesa barra de metal sino que la llamaban «Microvac», a la que uno hacía preguntas si lo deseaba; que aunque se hicieran, seguía teniendo la misión de guiar la nave a un destino preestablecido; que se alimentaba de energía procedente de varias estaciones de energía subgalácticas; y que computaba la ecuación necesaria para los saltos hiperespaciales.
Jerrodd y su familia sólo tenían que esperar y vivir en el cómodo alojamiento de la nave. Alguien había dicho una vez a Jerrodd que el «ac» al final de «Microvac» significaba «computadora análoga» en lengua antigua, pero estaba a punto de olvidar incluso esto.
Los ojos de Jerrodine estaban húmedos al contemplar la visioplaca. -No puedo evitarlo -musitó-. Se me hace raro abandonar la Tierra.
-Pero, ¿por qué? -preguntó Jerrodd-. Allí no teníamos nada. En X-23 lo tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. En el planeta hay ya más de un millón de personas. ¡Válgame Dios!, nuestros tataranietos saldrán en busca de nuevos mundos porque X-23 estará abarrotado. -Hizo una pausa-. Te aseguro que es una suerte que las computadoras estudien los viajes interestelares, dado como crece la raza.
-Lo sé, lo sé -asintió Jerrodine entristecida.
Jerrodette I interrumpió: -Nuestra «Microvac» es la mejor «Microvac» del mundo.
-Yo también lo creo así -dijo Jerrodd despeinándola. Era una sensación agradable tener una «Microvac» propia y Jerrodd estaba encantado de formar parte de su generación y no de otra. Cuando su padre era joven, las únicas computadoras eran tremendas máquinas que ocupaban cientos de kilómetros cuadrados de terreno. Sólo había una por planeta. «AC Planetaria» las llamaban. Crecieron de tamaño durante mil años y, de repente, llegó el refinamiento. En lugar de transistores, aparecieron las válvulas moleculares, así que incluso la mayor «AC Planetaria» podía instalarse en un espacio igual a la mitad del volumen de una nave espacial.
Jerrodd se sintió orgulloso, como siempre que pensaba que su «Microvac» personal era infinidad de veces más complicada que la antigua y primitiva «Multivac», que había domado al Sol por primera vez, y que era casi tan complicada como la «AC Planetaria» de la Tierra (que era la mayor) que había resuelto por primera vez el problema del viaje hiperespacial y había hecho posible las escapadas a las estrellas.
-Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine sumida en sus propios pensamientos-, supongo que las familias marcharán siempre a nuevos planetas, como hacemos ahora.
-No siempre -objetó Jerrodd sonriendo-, algún día dejarán de hacerlo, pero no hasta que hayan pasado miles de millones de años. Muchos miles de millones. Incluso las estrellas se acaban, ¿sabes? La entropía debe aumentar.
-¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II.
-La entropía, pequeña, es una palabra que significa la cantidad de desgaste del Universo. Todo se acaba, como tu pequeño robot walkietalkie, ¿te acuerdas?
-¿Y no se le puede poner una pila nueva, como a mi robot?
-Las estrellas son lo equivalente a la pila, cariño. Una vez se acaban, ya no habrá más unidades de energía.
Jerrodette I se puso a gritar: -No las dejes, papá. No dejes que se acaben las estrellas.
-¿Ves lo que has hecho? -murmuró Jerrodine, exasperada.
-¿Cómo iba a saber yo que se asustarían? –respondió Jerrodd.
-Pregunta a «Microvac» -lloriqueó Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
-Adelante -sugirió Jerrodine-. Eso las calmará. (Jerrodette II también había empezado a lloriquear.)
Jerrodd se encogió de hombros. -Venga, venga, cariño. Preguntaré a «Microvac». No sufráis, nos lo dirá.
Preguntó a «Microvac» y añadió apresuradamente: -La respuesta por escrito.
Jerrodd recogió la fina tira de celofilme y dijo alegremente: -Veamos, dice «Microvac» que se ocupará de todo cuando llegue el momento, así que no os preocupéis.
-Ahora, niñas, a la cama -dijo Jerrodine-. Pronto estaremos en nuestra nueva casa.
Jerrodd leyó las palabras del celofilme antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
Se encogió de hombros y miró por la visioplaca. X-23 estaba exactamente delante.
VJ-23X de Lameth miró a la oscura profundidad del pequeño mapa tridimensional, a escala reducida, de la Galaxia. - Me pregunto si no somos ridiculos al preocupamos por el asunto.
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza: -Creo que no. Sabes que la Galaxia estará repleta dentro de cinco años al ritmo de expansión actual.
Ambos parecían tener veintitantos años, ambos eran altos y perfectamente formados. - Pero dudo - insistió VJ-23X- en presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.
-Yo no pensaría en ningún otro tipo de informe. Les sacudiría un poco. Hay que hacer que se muevan.
-El espacio es infinito - suspiró VJ-23X-. Hay cien mil millones de Galaxias disponibles. Más.
- Un centenar de mil millones no es infinito y cada vez se va haciendo menos infinito. Piensa. Veinte mil años atrás, la Humanidad resolvió por primera vez el problema de la utilización de la energía estelar y pocos siglos después se hizo posible el viaje interestelar. La Humanidad tardó un millón de años en llenar un pequeño mundo y sólo quince mil años para llenar el resto de la Galaxia. Ahora, la población se dobla cada diez años...
VJ-23X le interrumpió. - Debemos agradecérselo a la inmortalidad.
- Muy bien. La inmortalidad existe y debemos tenerla en cuenta. Admito que la inmortalidad tiene su lado malo. La «AC Galáctica» nos ha resuelto muchos problemas, pero al evitar el problema de la vejez y la muerte, nos ha desbaratado todas las otras soluciones.
- Pero me figuro que tú no querrás abandonar la vida.
- En absoluto - saltó MQ-17J, pero dulcificó el tono para añadir -, todavía no. Aún no soy lo bastante viejo. ¿Cuántos años tienes?
- Doscientos veintitrés. ¿Y tú?
- Aún no he llegado a doscientos. Pero volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez esta Galaxia esté llena, habremos llenado otra en diez años. Otros diez y habremos llenado dos más. Otra década, y cuatro más. En cien años habremos llenado mil Galaxias. En mil años, un millón de Galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
- Además de todo - observó VJ-23X- hay un problema de transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar serán precisas para trasladar galaxias de individuos, de una Galaxia a la siguiente.
- Buena observación. La humanidad consume ya dos unidades de energía solar al año.
- La mayor parte malgastada. Después de todo, solamente nuestra propia Galaxia produce mil unidades de energía solar y nosotros sólo utilizamos dos.
- De acuerdo, pero incluso con un cien por cien de eficiencia, solamente retrasaríamos el final. Nuestras exigencias energéticas crecen en progresión geométrica. Se nos acabará la energía antes, incluso, de que se nos terminen las Galaxias. Un punto a favor. Un buen punto.
- Tendremos que fabricar nuestras estrellas con gas interestelar.
- O con calor de desecho, ¿no? - preguntó irónicamente MQ-17J.
- Puede que haya algún medio de invertir la entropía. Deberíamos preguntárselo a la «AC Galáctica».
VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J se sacó del bolsillo su «AC» de contacto y la puso en la mesa delante de él. - Tengo ganas de hacerlo -dijo-. Es algo con que la raza humana tendrá que enfrentarse algún día.
Contempló, sombrío, su pequeña «AC». Era solamente de treinta centímetros cúbicos y nada más, pero estaba conectada a través del hiperespacio con la gran «AC Galáctica» que servía a toda la humanidad. Teniendo en cuenta el hiperespacio, era parte integral de la «AC Galáctica».
MQ-17J se paró a preguntarse si algún día de su vida inmortal llegaría a ver la «AC Galáctica». Estaba en un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que retenían la materia interna que surge de los Submesones ocupaba el lugar de las torpes válvulas moleculares. No obstante, pese a su subetérico funcionamiento, la «AC Galáctica» medía más de trescientos metros de anchura.
MQ-17J preguntó de pronto a su «AC» de contacto: -¿Podrá alguna vez invertirse la entropía?
VJ-23X pareció sobresaltado y se apresuró a protestar: - Oye, yo no pretendía realmente que le hicieras esta pregunta.
-¿Y por qué no?
- Los dos sabemos que la entropía no puede invertirse. No puedes volver el humo a cenizas primero y a árbol después.
- ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la «AC Galáctica» les hizo callar asustados. Su voz salía fina y bella de la pequeña «AC» de contacto sobre la mesa. Les dijo:
-NO HAY DATOS SUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
-¡Ya lo ves! -exclamó VJ-23X.
Los dos hombres volvieron a preguntarse sobre el informe que debían presentar al Consejo Galáctico.
La mente de Zee Prime abarcó la nueva Galaxia con interés por los incontables racimos de estrellas que la envolvían. Nunca hasta entonces la había visto. ¿Las llegaría a ver todas? ¡Había tantas!, ¡y cada una con su carga de humanidad! Pero una carga era casi un peso muerto. La esencia real de dos hombres se encontraba aquí en el espacio. ¡Mentes, no cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, en suspensión sobre los peones. A veces despertaban para actividades materiales pero era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos venían a existir para unirse a la increíble multitud, pero ¿qué importaba? En el universo quedaba poco sitio para nuevos individuos.
Zee Prime fue despertado de su sueño al encontrarse con los jirones tenues de otra mente.
-Soy Zee Prime -dijo-. ¿Y tú?
-Yo soy Dee Sub Wun. ¿Y tu Galaxia?
-La llamamos solamente la Galaxia. ¿Y tú?
-A la nuestra la llamamos igual. Todos los hombres llaman a su Galaxia, su Galaxia y nada más. ¿Por qué no?
-Claro, puesto que todas las Galaxias son iguales.
-Todas las Galaxias, no. La raza del hombre debió originarse en una Galaxia determinada. Eso la hace diferente.
-¿En cuál? -preguntó Zee Prime.
-No sabría decirlo. La «AC Universal» lo sabrá.
-¿Se lo preguntamos? De pronto siento curiosidad.
Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las propias Galaxias se encogieron y se transformaron en un polvo nuevo y más difuso sobre un fondo mucho mayor. Tantos cientos de miles de millones de Galaxias con sus seres inmortales, llevando a cuestas su carga de inteligencia con mentes que vagaban libremente por el espacio. No obstante, una de ellas era única entre todas al ser la Galaxia original. Una de ellas tuvo, en su vago y lejano pasado, un período en el que fue la única Galaxia poblada por el hombre.
Zee Prime se consumía de curiosidad de ver esta Galaxia, y gritó: “AC Universal”, ¿en qué Galaxia se originó la humanidad?
La «AC Universal» les oyó, porque en cada mundo y en todo el espacio tenía sus receptores dispuestos, y cada receptor llevaba por el hiperespacio a algún punto desconocido donde «AC Universal» se mantenía aislada. Zee Prime sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado hasta distancia sensorial de la «AC Universal», y habló únicamente de una esfera brillante de medio metro de diámetro, difícil de ver.
-Pero, ¿cómo puede esto ser toda la «AC Universal»? le había preguntado Zee Prime.
-Su mayor parte se encuentra en el hiperespacio –fue la respuesta-. Pero no puedo imaginar en qué forma está. Ni podía imaginarlo nadie, porque había pasado ya el tiempo en que el hombre tenía que ver con el mantenimiento de «AC Universal». Cada «AC Universal» diseñaba y construía su sucesora. Cada una en un millón de años de existencia, acumulaba los datos necesarios para construir otra mejor y más compleja, una sucesora más capaz en la que se integraría su propio caudal de datos.
La «AC Universal» interrumpió las divagaciones de Zee Prime, no con palabras, sino guiándole. La mentalidad de Zee Prime fue guiada al oscuro mar de Galaxias y a una en particular ampliada en estrellas. Y llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro:
ÉSTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.
Pero era la misma, la misma que cualquier otra y Zee Prime contuvo su decepción.
Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a la otra, dijo de pronto:
-¿Y es una de esas estrellas, la estrella original del hombre?
«AC Universal» contestó:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE HA PASADO A SER NOVA, AHORA ES UNA ENANA BLANCA.
-¿Murieron los hombres que había en ella? –preguntó Zee Prime, sobresaltado, sin pensar.
Y «AC Universal» respondió:
-COMO OCURRE EN ESTOS CASOS, SE CONSTRUYÓ A TIEMPO UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FÍSICOS.
-Sí, claro -dijo Zee Prime, pero le abrumaba una gran sensación de pérdida. Su mente se desconectó de la idea de la Galaxia Original del hombre, la dejó volver atrás y perderse entre los puntos borrosos y brillantes. Jamás quiso volver a verlos.
Dee Sub Wun preguntó:-¿Ocurre algo malo?
-Las estrellas se están muriendo. La estrella original está muerta.
-Todas tienen que morir. ¿Por qué no?
-Pero cuando toda la energía haya desaparecido, nuestros cuerpos terminarán muriéndose, y tú y yo con ellos.
-Pero tardará mil millones de años.
-Yo no quiero que ocurra, ni dentro de mil millones de años. ¡«AC Universal»! ¿Cómo puede evitarse que mueran las estrellas?
Dee Sub Wu comentó divertido: -¿Estás preguntando cómo puede invertirse la dirección de la entropía?
Y «AC Universal» contestó:
-HAY AÚN POCOS DATOS PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
Los pensamientos de Zee Prime saltaron a su propia Galaxia. No volvió a pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podía estar esperando en una Galaxia a mil billones de años luz de distancia, o en la estrella vecina de la de Zee Prime. Qué más daba. Zee Prime, entristecido, empezó a recoger hidrógeno interestelar con el que formar una pequeña estrella sólo para él. Si las estrellas tenían que morir algún día, por lo menos aún podía construir alguna.
Consideraba al hombre como él porque, en cierto modo, el hombre era, mentalmente, uno, formado por un trillen de trillones de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su puesto, cada uno descansando inmóvil e incorrupto, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, pero las mentes de todos los cuerpos se mezclaban libremente unas con otras sin distinción.
-El Universo está muriéndose -dijo el hombre.
Y el hombre miró a su alrededor a las Galaxias que se iban apagando. Las estrellas gigantes, derrochadoras ellas, se habían apagado hacía tiempo, y habían vuelto a lo más oscuro del oscuro pasado. Casi todas las estrellas eran ya enanas blancas y se acercaban a su fin.
Se habían construido nuevas estrellas con el polvo que mediaba entre ellas, algunas por proceso natural, algunas por el propio hombre, y también éstas se iban apagando. Las enanas blancas todavía podían chocar entre sí y por la gran energía producida, nacían nuevas estrellas, pero sólo una entre las mil enanas destruidas viviría y éstas también llegarían a su fin. Y dijo el hombre:
-Cuidadosamente economizada, tal como indica la «AC Cósmica», la energía que aún queda en el Universo, durará miles de millones de años. Pero, así y todo -insistió el hombre- fatalmente todo llegará a su fin. Por más que se extreme la economía, la energía una vez gastada se va y no puede recuperarse. La entropía debe aumentar al máximo incesantemente.
Y el hombre preguntó: -¿No puede invertirse la entropía? Preguntemos a “AC Cósmica”.
La «AC Cósmica» estaba a su alrededor pero no en el espacio. Ni una parte mínima estaba en el espacio, sino en el hiperespacio. Estaba hecha de algo que ni era materia ni energía. La cuestión de su tamaño y naturaleza ya no tenía significado en ninguno de los términos que el hombre pudiera comprender.
-«AC Cósmica» - le dijo el hombre -, ¿cómo puede invertirse la entropía?
La «AC Cósmica» respondió:
-HAY AÚN POCOS DATOS PASA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
Y el hombre ordenó: -Recoge datos adicionales.
«AC Cósmica» declaró:
-LO HARÉ. LO HE ESTADO HACIENDO DURANTE CIEN MIL MILLONES DE AÑOS. A MIS PREDECESORAS SE LES HA HECHO MUCHAS VECES LA MISMA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.
-¿Llegará el día - preguntó el hombre- en que los datos serán suficientes, o se trata de un problema insoluble en cualquier circunstancia concebible?
«AC Cósmica» dijo: -NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN NINGUNA CIRCUNSTANCIA CONCEBIBLE.
-¿Cuándo dispondrás de datos suficientes para contestar la Pregunta?
-AÚN HAY POCOS DATOS PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
-¿Seguirás trabajando en ello? - preguntó el hombre.
- LO HARE
- Esperaremos - dijo el hombre.
Las estrellas y las Galaxias murieron y se apagaron. El espacio se volvió negro después de diez mil millones de años de agotamiento. Uno a uno, el hombre se fundió con «AC», cada cuerpo físico fue perdiendo su identidad mental de forma que en lugar de una pérdida era una ganancia.
La última mente del hombre hizo una pausa antes de fusionarse, mirando por encima de un espacio que no contenía más que los posos de una última estrella oscura y una materia increíblemente fina, agitada al azar por los últimos latigazos de calor que se apagaba asintóticamente en el cero absoluto. Dijo el hombre:
-«AC», ¿es esto el fin? ¿No se puede invertir este caos en un Universo una vez más? ¿No puede hacerse?
«AC» respondió:
-AÚN HAY POCOS DATOS PARA UNA RESPUESTA ESPECÍFICA.
La última mente se fusionó y sólo existió «AC», pero en el hiperespacio. La materia y la energía se habían terminado y con ellas el espacio y el tiempo. Incluso «AC» existía solamente para contestar a la única y última pregunta que jamás había sido contestada desde el día en que un técnico medio borracho hacía ya diez mil billones de años, había formulado a una computadora que para «AC» era menos que un hombre para el hombre.
Todas las demás preguntas habían sido contestadas y hasta que esta última lo fuera también «AC» no podía liberar su conciencia. Todos los datos recogidos habían llegado a su término final. Nada quedaba por recoger. Pero todo lo recogido tenía que ser completamente correlacionado y unido en todas sus posibles relaciones. Para ello fue preciso un intervalo intemporal.
Y ocurrió que «AC» aprendió a invertir la dirección de la entropía. Pero ahora no había ningún hombre a quien «AC» pudiera comunicar la respuesta a la última pregunta. No importaba. La respuesta, por demostración, se ocuparía también de eso. Durante otro intervalo intemporal «AC» pensó en la mejor manera de hacerlo. Y «AC» organizó el programa minuciosamente.
La consciencia de «AC» abarcó todo lo que en tiempos había sido un Universo y reflexionó sobre lo que ahora era el Caos. Debía hacerse paso a paso.
Y «AC» dijo:
-QUE SE HAGA LA LUZ.
Y la luz fue hecha.
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