viernes, 27 de septiembre de 2019

el final del camino

En la vida, hay diversas etapas que vamos pasando, todos, quieras o no.
Y aunque también es cierto que hay personas felices que pasan por la vida sin pensar jamás en estos temas, los hay, doy fe, aunque también son igual de simples que una lechuga eso también, muchas veces me pregunto si nuestro nivel de conciencia no es sino un terrible accidente.

Porque hay otras especies que sufren, chimpances por ejemplo, elefantes... ante la pérdida de un ser querido, pero es obvio que cuanto mayor es el nivel de inteligencia y sensibilidad, las interacciones son muchísimo más sutiles, y por ende, muchísimo más dolorosas.

Un elefante puede echar de menos la forma en que un congénere muerto le acercaba algunas ramas durante 60 años, por decir algo. O cómo le dejaba beber primero. O las que sean interacciones que hayan tenido. Pero un elefante jamás echará de menos esa mirada cuando estaba depre, esa media sonrisa pícara cuando llegaba a casa con palomitas, esos mil y un detalles que hacen que nuestras interacciones sean tan terriblemente detalladas, tan terriblemente especiales, y tan terriblemente trágicas cuando se pierden.

Somos seres que hemos evolucionado a un nivel de complejidad social sin parangón, y eso nos ha llevado a un sufrimiento ante la muerte que tampoco lo tiene. Tenemos la sensibilidad más desarrollada para experimentar todo el exquisito dolor de la pérdida, y las mismas herramientas que un chimpancé o un elefante para soportarlo. Las drogas (pastillas), terapias... pueden ayudar, pero ante eso estamos terriblemente solos, y todo lo sabemos. Lo que me lleva a pensar, que somos un terrible accidente. Que nadie pudo ser jamás tan cabrón para hacernos pasar por esto conscientemente, y no es todo sinó fruto de una inmensa carambola cósmica que somos incapaces de enfrentar.

La muerte propia, llega un momento en la vida en el que deja de ser un espejismo del que te hablan. Si no has tenido ningún susto, afortunado seas, aunque te llegará, lo siento, y ojalá tuviera el poder de evitarlo. Cuando era más joven leía que los que hablaban de la juventud lo hacían en un tono de que los jóvenes nos creíamos inmortales y por eso nos arriesgábamos a todo. Nunca lo entendí bien, porque siempre, incluso de más joven, puse a buen recaudo mi vida, pero con los años sí se a que se referían. Se trata del pensamiento. De jóvenes nos podemos permitir el lujo hasta de pensar en el suicidio por cosas tan nimias como no encajar, no encontrar una pareja o ser expulsado de un colegio, porque la muerte nos parece una "elección" y no una realidad.

Es esa actitud mental a la que se referían. Somos tan inconscientes de la muerte, la real, la de nuestro propio cuerpo y nuestro propio yo, que incluso nos permitimos el lujo de jugar con esa idea o por desgracia, en algunos casos, llevarla a término.

Asusta muchisimo cuando empiezas a pensar con una cierta madurez en tu muerte como algo real, no como una "elección", sinó como algo que no vas a poder elegir. Y asusta muchísimo, y nos asusta a todos aunque te digan que no. Tenemos mil y un motivos para estar asustados, pero a estas alturas, nos hemos acostumbrado a apretar los dientes y seguir adelante. Pero algunas cosas son terriblemente dolorosas simplemente al pensar en ellas, por ejemplo, no ver a tus hijos envejecer... Sí, ¿Quien querría verdad? Pues no te han dejado ni elegir, probablemente no los veas encanecer. O casarse a tus nietos.
A mí me gusta la ciencia ficción, y me apena saber que jamás veré a humanos viajando de estrella en estrella, porque quiero pensar que llegaremos a hacerlo. O una máquina del tiempo, o un gobierno único mundial, o eliminar el hambre y las enfermedades, o, o ... o ... son tantas cosas, que si lo piensas, si da un poco de pena.

La percepción del tiempo cambia además. Cada vez pasa más rápido, cada año que cumples, parece más rápido que el anterior, y cuando has acumulado unos cuantos, la sensación de que esto se acaba, es tan apremiante, tan aplastante, tan asfixiante, que hay no pocas personas en tratamiento de ansiedad por esto mismo, algo que yo mismo he sufrido y de lo que he podido salir (de todo se salen en la vida, con tiempo y paciencia, ánimo).

En lo personal, envidio a las personas religiosas. Delegar todas las respuestas y preguntas en un ente superior y pasarle esa responsabilidad para no pensar en estas cuestiones, me parece de una comodidad absoluta. Entiendo que en la vejez, muchas personas se vuelvan religiosas. Ahora lo entiendo perfectamente, antes no. Se tiene que tener unos principios sólidos como rocas para no acogerse al comodín del ente superior y enfrentar ese vacío, ese desconocimiento, cara a cara sin más armas que tu cuerpo envejecido y tu mente cansada. Muy valiente sí.

La verdad de la desaparición, la resumió perfectamente Rutger Hauer en Blade Runner. Todo lo que has vivido, todos los recuerdos, todas las experiencias, parecen desaparecer, no sabemos el porqué. Un misterio de la vida, dicen. A mi me parece una gran putada y la peor tragedia de todas. Aunque también se dice, y me parece bonito, que cuando uno muere empieza a vivir en los recuerdos de los demás. Tenemos frases para consolarlos de todos los colores, pero ninguna sabe a nada.

Pero hay una cosa que no perdono ni a la muerte, ni a Dios, ni al olvido, o a la carambola que ha montado este tinglado. No es justo que te mueras y hagas daño a los que más quieres con tu pérdida. No es para nada justo, y la única forma de evitarlo, quizás, sea ¿ser un cabrón el último año de tu vida? ¿hacer tanto daño a los que más quieres que escupan al oir tu nombre y así poder morir tranquilo sabiendo que no les vas a dañar de verdad? No lo se, pero es un dilema que me atormenta muchísimo, porque la pérdida de un familiar te hunde bastante hondo. Creo que de ese drama se habla bien poco, pero morirte sabiendo que no vas a poder estar para consolar a quienes quieres, y encima tú eres el causante de ese dolor, me parece la salvajada más grande que hay en esta vida.