Antes, una ex novia se perdía en el albarán de los recuerdos y los viejos compañeros de facultad se quedaban para siempre en la pared, sonriéndote desde la orla con el pelo ondulado y esa mirada incierta de quien tiene ante sí la certeza de la duda.
Ahora no, amigos, ahora en Facebook la chica que te dejó tirado a la salida de la discoteca pone las fotos de su viaje a Barbados en compañía de un apuesto ingeniero y los compañeros de facultad se amontonan solicitándote la amistad que nunca quisisteis tener para contarte lo bien que les ha ido.
No sé si soy lector vocacional, pero lo que sé que no soy es lector vacacional y este verano, en la playa, tan solo he leído un libro pequeñito de Ian McEwan, Chesil Beach–valga la redundancia–, una novela magnífica, exacta y precisa, un reloj de palabras.
Al final de la historia, el narrador reflexiona acerca de esa chica a la que dejó escapar, a la que dejó perderse en el arenal del tiempo:
"No quería ver las fotografías de Florence y descubrir la obra de los años ni saber detalles de su vida. Prefería conservarla como era en sus recuerdos, con el diente de león prendido en el ojal y la diadema de terciopelo, la bolsa de lona en bandolera y el hermoso rostro de huesos fuertes, con su sonrisa amplia y sin malicia".
No dejaba de ser un tipo sin Facebook, un tipo con suerte.
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