miércoles, 16 de junio de 2010

Final de la NBA | Lakers 89 - Celtics 67 Hogar, dulce hogar


No fue un cambio, fue una mutación, una revolución. Boston tenía la final 2-3 y las sensaciones teñidas de verde. El Staples vivió el 3-3 en una exhibición tremenda de unos Lakers cuya pasmosa transformación tuvo mucho mérito aunque la facilidad con la que la paliza se iba enhebrando parecía decir lo contrario. La respuesta a la presión y a las críticas, al bajón físico y anímico; El control mental sobre un rival con el colmillo retorcido, liberado y preparado, a priori, para el golpe definitivo. Ni lo hubo ni asomó por L.A. Habrá séptimo partido y una resolución soñada por todos, desde Stern al último fan de la esquina más recóndita del mundo. Lakers - Celtics en un séptimo partido por el anillo. Suena a regalo, a historia, a baloncesto. Suena a colisión de titanes.

Después de cinco partidos resueltos en mayor o menor medida en los últimos minutos, de una tensión asfixiante y una electricidad tormentosa, el sexto fue un festín para mayor gloria del polvo de estrellas de un Staples que a su manera, sin la ferocidad marcial del Garden, también aprieta. Ahora todo queda al borde del precipicio. Llega la hora de las valientes en 48 horas en las que las cábalas circularán hasta la nausea. El 47-0 de Phil Jackson cuando su equipo gana el primer partido, las cero derrotas en series de playoffs del actual quinteto -¿jugará el séptimo Perkins?- de Celtics (en 2009 faltaba Garnett, lesionado), las eternas derrotas angelinas en séptimos partidos ante el más íntimo rival... Será tremendo, será histórico. Será a 48 minutos y en un solo acto. Como una Super Bowl. Estados Unidos contiene el aliento.
Un giro de 180 grados
El partido fue de los que quedan a fuego grabados en la memoria colectiva de todos, especialmente del perdedor. Si los Lakers hubieran apretado en el último cuarto el resultado podría haber alcanzado el escándalo, venganza de afrentas legendarias como el Memorial Day Massacre (148-114, 1985, buenos tiempos...) o el 131-92 que cerró la final de 2008. Porque la realidad es que ya no había partido en el descanso: 51-31. Boston acumulaba en dos cuartos unos míseros 31 puntos y 13 rebotes. Lakers había sumado en el primer parcial... 28 y 12. Defensa y rebote, las dos palabras mágicas que ganan anillos y que han marcado el destino de cada partido de esta final, fueron esta vez monopolio del equipo angelino. En ese descanso, 30-13 en rebotes. 5-2 en tapones. 7-3 en robos. Boston fallando desde todas las posiciones, sorprendido por un rival revitalizado y mineralizado, absolutamente concentrado, que se cerró de forma salvaje en defensa con ayudas, piernas ágiles, manos rápidas y lectura del juego. El banquillo, otro factor a priori favorable a Celtics, cambió también de signo. Ningún reserva de Boston anotó hasta el último cuarto. 29 de esos 31 puntos eran de un 'big-three' abandonado a su suerte porque Rondo sumaba 2 puntos y 1/8 en tiros y Perkins, pésimas noticias, se lesionó a los seis minutos y ya no volvió al partido con su rodilla mandando mensajes preocupantes de cara al jueves. Cuando se lesionó el center titular el marcador era todavía de 18-12. Rasheed, su relevo, se cargó de faltas. Y Davis no fue tan fiero fuera del cubil del Garden. Como Robinson, como Tony Allen...
En el otro lado del campo, los Lakers disfrutaron y se cargaron de energía positiva para el séptimo partido. Soltaron el pie del acelerador a falta de diez minutos con un demoledor 78-51. Mientras Boston fallaba tiros libres, mates, pases y tiros de toda clase, llovían los triples de Vujacic, los mates de Brown, los latigazos defensivos de Farmar. Volvió la energía y volvieron los Lakers, que ni siquiera necesitaron a Bynum (jugó 15 minutos y cuidó después su rodilla) ni a un Fisher cargado de faltas (otros 15 minutos, piernas frescas para perseguir entre bloqueos a Ray Allen en el partido definitivo). La energía física y mental que fluía por cada poro del equipo de Phil Jackson metió por fin en la final a Odom (8 puntos, 10 rebotes, 2 tapones y actitud) y allanaron el camino a la rehabilitación de Artest. El alero que dijo en septiembre que le podían lanzar tomates si el equipo no ganaba el anillo. El que lleva el número 37 por las semanas que fue número 1 el Thriller de Michael Jackson. El que lo bordó en el primer partido y perdió de vista a Pierce y al aro rival en Boston, volvió a sujetar a su pareja de baile y sumó 15 puntos y 6 rebotes con 3/6 en triples. Con todo lo dicho, Los Angeles Lakers es un equipo arrebatador, casi invencible.
Porque los dos pilares fundamentales respondieron a lo grande. Kobe Bryant firmó 26 puntos, 11 rebotes y 4 robos de balón con un despliegue cargado de responsabilidad, acierto y su categoría estratosférica. Dirigió el 28-18 del primer cuarto con 11 puntos y buenos porcentajes y apareció después con cuentagotas para mayor gloria de la grada y los eternos gritos de "M.V.P.". Pau Gasol, por su parte, olvidó la pesadilla del quinto partido y gobernó unas zonas donde encontró poca oposición. Sin Perkins y con muy poco Rasheed, ni Davis ni un desconcertado Shelden Williams frenaron al español, que exhibió clase para anotar y crear juego y dio además un recital defensivo. Su producción fue constante y sonora. Jugó más de 41 minutos y Phil Jackson le sentó sin darle tiempo a repartir la asistencia que hubiera sellado un 'triple-doble' majestuoso: 17 puntos, 13 rebotes y 9 asistencias. Y 3 tapones.
La ocasión dorada de Boston Celtics ha pasado y ahora son los Lakers los que han recuperado el instinto depredador y apuntan con gesto desafiante al último partido. Ahora parece que el factor campo sí es determinante, que los Lakers son un campeón en legítima defensa de su cetro, que no todo marcha según lo previsto en Boston. Pero seguramente será, y los Lakers deben estar preparados, una batalla completamente diferente. La serie ha ido y ha venido, Boston ya ha ganado en L.A y los angelinos ya han visto donde está la diferencia que pueden marcar en su mejor versión (partidos primero y sexto). Pero el hecho es que después de todo eso, de tantos cambios de dirección del viento y tanto ruido mediático, la final de la NBA está 3-3 y todo se decidirá en un suspiro. En 48 minutos del mejor baloncesto del mundo, de una propuesta que huele a historia y tradición sagrada: Los Angeles Lakers - Boston Celtics. Será el próximo jueves y será a muerte porque detrás ya no habrá coartadas ni ajustes. Será el anillo o será la nada.

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