Por cuestión de edad soy de los que se vio “Evasión o Victoria” 10 veces (o 20) y siempre he tenido especial querencia por las historias que mezclan deporte con valores humanos. El deporte también ha servido para derribar barreras como el racismo. Recientemente hemos visto la estimable “Invictus” y la moña “Titanes, hicieron historia”. No obstante, una de las historias reales más impactantes ha pasado desapercibida para Hollywood. En Estados Unidos se conoce como “The Secret Game”.
Estamos en Durham, estado de Carolina del Norte. Año 1944. La segunda guerra mundial encaraba su fin, pero las leyes de segregación racial mantenían toda su vigencia. En el 44 y en Durham los negros se sentaban en la parte de detrás del autobús, no podían entrar en las tiendas del centro ni comer en restaurantes. Vivían en barrios separados. Ese mismo año un conductor de autobús le había pegado tres tiros a un militar negro por estar demasiado tiempo en la parte de delante del autobús y un jurado compuesto por 12 hombres blancos decidió exonerarlo de toda culpa, a pesar que el militar falleció.
En esas circunstancias, y en ese ambiente, el domingo 12 de marzo de 1944 a las 11:00 de la mañana partieron dos coches alquilados desde la blanquísima Universidad de Duke al gimnasio de la Universidad para Negros de Carolina del Norte (traducción literal del nombre, actualmente se llama Universidad Central de Carolina del Norte).
Ni la hora ni el día fueron elegidos al azar. Es domingo y a las 11 de la mañana todos están en la iglesia, incluida la policía. Por ese motivo nadie reparó en la extraña caravana que aparcó en el corazón de la Universidad para Negros. Una vez allí resguardados por gabardinas unos jóvenes blancos entran en el gimnasio y ocupan el vestuario de chicas. Se trata de los componentes del equipo de la Escuela Naval de Medicina de Duke. Un conjunto que estaba arrasando en diferentes ligas universitarias. En el otro vestuario esperaba el equipo de la Universidad para Negros, que ese año llevaba una racha de 19 victorias y 1 derrota.
Hay que recordar que en aquella época existían ligas universitarias diferentes para blancos y para negros. Se contrató a un árbitro y a un juez de mesa, un periodista hizo de testigo, con la promesa (cumplida) de no mencionar nada… y nadie más. Las puertas se cerraron con llave y las cortinas se corrieron. Si llegaba a oídos de la policía que blancos y negros habían disputado un partido se hubiera considerado una vulneración de las leyes de segregación y podrían derivarse consecuencias laborales o incluso penales.
Los primeros minutos del partido estuvieron plagados de errores por ambos bandos. Algunos jugadores del equipo blanco no sabían contra quien iban a jugar, y los negros, educados en la segregación, evitaban mirar a un blanco a la cara, con lo que una defensa al hombre se hacía difícil.
Superados los minutos de tanteo, y cuando se dieron cuenta que no eran más que universitarios jugando a baloncesto, el partido discurrió por los cauces normales de un partido amistoso. No ha quedado constancia del marcador en la media parte, pero si del final. Ganaron los negros 88 – 44.
La historia no acaba aquí. Para quitar el mal sabor de la derrota a los visitantes se decidió mezclar los equipos y jugar minipartidos de tres contra tres. Luego compartieron vestuarios y bebidas para celebrarlo. Es la primera constancia de un partido no segregado en el sur profundo y en una fecha tan temprana como 1944. Todavía faltaban 10 años para la resolución por parte del tribunal supremo del caso de Brown contra la junta de educación, que supuso el principio del fin de la segregación y 11 para el incidente de Rosa Parks.
Como se ha rescatado este episodio del olvido es tan apasionante como la historia en sí.
Todo empezó cuando el historiador estadounidense Scott Ellsworth, especializado en historia afro americana, entrevistó al octogenario entrenador de baloncesto John McLendon Jr. para un artículo sobre el 50 aniversario de la liga de universidades negras. McLendon es toda una institución en el deporte estadounidense.
Discípulo del inventor del baloncesto John Naismith, McLendon, negro con ascendencia de indio Delaware, fue el primero en introducir conceptos que siguen vigentes en el baloncesto actual como la transición rápida defensa ataque (en el baloncesto primitivo los jugadores iban pasándose la pelota en posiciones estáticas hasta encontrar posición de tiro), el primer entrenador en conseguir tres títulos nacionales seguidos, el primer negro en entrenar en una universidad de mayoría blanca y el primer negro en entrenar a un equipo en una liga profesional.
Cuando el historiador repasó todos los logros en los que había sido el primero, dejó caer, distraídamente, que también fue el primero en organizar un partido no segregado entre estudiantes universitarios, en el Sur y en el año 1944. Obviamente Ellsworth vio que había una historia para ser contada, pero solo tenía la palabra de McLendon.
Las primeras pesquisas no fueron muy prometedoras. No había constancia de ningún equipo llamado “Duke Navy Medical School” ni en los archivos de la universidad ni en los de la facultad de medicina. Eran tiempos de guerra y coexistían diferentes ligas. McLendon insistió. La historia era cierta, recordaba que se publicó una foto del equipo en la prensa de la época. Ellsworth hojeó todos los diarios locales de los años 44 y 45. Nada, bueno, casi nada. En algunos ejemplares se registraban los resultados de los equipos locales y de vez en cuando aparecía un equipo denominado “School of Medicine”. Era un principio.
Cogiendo las alineaciones del equipo publicadas en la prensa y comparándolas con los ficheros de antiguos alumnos de medicina pudo sacar varios nombres que concordaban. Empezó a llamar por teléfono. La cuarta llamada fue para David Hubbell, cirujano torácico licenciado en Duke en el año 46. La pregunta de Ellsworth fue directa: “¿Jugó usted un partido a puerta cerrada contra un equipo de jugadores negros en el año 1944?”, hubo una pausa, y luego un “si”.
La historia no acaba aquí. Hubbell no podía concretar la fecha, pero le comentó que el que había insistido en jugar por la parte blanca fue Jack Burgess, un estudiante proveniente de Montana, donde no se practicaba la segregación. Ellsworth continuó atando cabos. Burgess tampoco se acordaba de la fecha, pero si que le había contando la historia a su familia en una carta, y que conservaba las 226 cartas que había escrito a su familia durante los 4 años que estudió en Duke. Problema, había tirado los sobres y las cartas no estaban fechadas. No obstante se pudo solucionar. En la misma carta en la que brevemente mencionaba el partido contaba que la noche antes había acudido al concierto que la orquesta sinfónica de Cleveland dio en el campus de Duke. Ya tenían fecha. 12 de marzo de 1944.
No está muy claro como surgió la idea del partido, ni quien lanzó el reto. McLendon dijo que se lo propuso un estudiante de la Universidad para negros. Era muy goloso que dos equipos que arrasaban en sus respectivas ligas y solo estaban separados por pocos kilómetros se enfrentaran en una especie de supercopa. Ninguno de los jugadores se acordaba. La hipótesis más plausible es esta. En la época se organizaban reuniones de oración semiclandestinas en las que participaban blancos y negros en los locales de la YMCA, una organización cristiana muy popular en Estados Unidos (busca en los discos de Village People). Posiblemente en alguna de estas reuniones alguien lanzó la idea.
¿Y como ha llegado hasta aquí? Scott Ellsworth publicó un artículo en el The New York Times Magazine, y yo se la oí al periodista de “El Mundo Deportivo” David Llorens. He escrito este post porque pienso que es una historia que merece ser recordada.
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